6. La edad del cuero y el tasajo: 1700-1860

 

DOS SIGLOS DE RELACIÓN ENTRE URUGUAY Y EL MERCADO MUNDIAL (1700-1900) (Pp. 47-54)

José Pedro Barrán y Benjamín Nahum

La edad del cuero y el tasajo: 1700-1860

“La cuenca platense se pobló de europeos, esclavos y mestizos, tanto por efecto de las conquistas española y portuguesa como por su inserción temprana en el mercado mundial de cueros. En el siglo XVIII la Banda Oriental, viejo nombre del Uruguay, se llenó de colonos porque previamente lo estuvo de ganado. La ganadería extensiva provocó un ambiente favorable para que determinadas pautas políticas se consolidasen, el caudillismo, por ejemplo, y para que otras, económicas, nacieran: la gran propiedad.

Durante todo ese siglo y hasta bien entrado el XIX el Uruguay vivió su «edad del cuero». El ganado vacuno en estado salvaje o apenas domesticado fue la base de su economía y más que criarse en las grandes estancias sin cerco, se lo cazaba organizando verdaderas expediciones llamadas “vaquerías” en la época colonial. Entonces, la carne se dejaba en el campo, salvo la que consumían los hombres de la expedición, y solo se rescataban los cueros, que en cientos de miles de unidades eran embarcados para Europa en navíos que venían ávidamente a buscar un artículo esencial para la nueva economía fabril europea. Largos años vivió la región de este único producto y su creciente valorización fue la base de la fortuna de muchos de sus habitantes.

Pero miles de cueros exportados significaban millones de kilos de carne desperdiciada, daba lástima que la carne de centenares de miles de toros que se mataban todos los años para sacar las pieles, quedase perdida por los campos sin que la aprovechasen ni aún las fieras..., decía el sacerdote Pérez Castellano en 1787. Modificando esa situación, uno de los primeros hombres con ímpetu empresarial que conoció la región platense, Francisco de Medina, estableció en 1781 un saladero de carnes vacunas intentando la conservación del producto para su envío al exterior. La primera remesa de esta nueva producción, enviada a La Habana en 1785, constituyó un éxito y abrió el camino a un renglón de exportación que habría de durar un siglo largo.

Ya constituida la República -1830- el número de esos establecimientos creció considerablemente. Su instalación fue fácil porque los métodos de producción eran primitivos y no necesitaba de fuertes inversiones iniciales: bastaba contar con ganado y sal en abundancia. Se enlazaba al animal en el corral, se lo desollaba, despostaba, y cortada la carne en capas se las salaba dejándolas luego secar al sol. Una vez pronto el producto se remitía, a menudo sin siquiera una tela de arpillera que lo cubriese, en los navíos que lo llevaban a Cuba o Brasil, donde servía de alimento barato a la abundante mano de obra esclava. Rápidamente se le fueron introduciendo mejoras a esta “fábrica” primitiva para aprovechar más las posibilidades económicas del animal sacrificado. Tan temprano como en 1832 se utilizó la máquina de vapor para rescatar la grasa vacuna que llegó a convertirse -bajo el nombre de “gorduras”- en otro rubro importante de la exportación. Ya antes se había aplicado la salazón a los cueros, creándose otro artículo exportable: el cuero salado, que enseguida encontró un fuerte comprador en la industria inglesa del calzado. Y ese mismo camino siguieron las astas, los huesos y la sangre, subproductos derivados del vacuno, del que se iba logrando un aprovechamiento parcial pero diversificador de “la edad del cuero”.

La industria saladeril fue el aliado perfecto del medio rural tradicional ya que determinó el aprovechamiento de casi todos los productos que podían extraerse de la base de la primitiva estructura económica nacional: el vacuno criollo. Mientras éste existiera el saladero tenía su vida asegurada, siempre que la otra punta del circuito comercial -los mercados compradores extranjeros- siguieran aceptando con entusiasmo su producción principal: el tasajo.

La diversificación aportada por la industria saladeril se reflejó en nuestra exportación. Ya en 1862 el 41,3% del total de las ventas uruguayas al exterior estuvo constituido por productos saladeriles y esa proporción no hizo más que crecer con los años superando casi siempre el 50%. Sin desplazar al cuero, pero alcanzándolo, se abría para nosotros también la “edad del tasajo”.

Esta nueva realidad no condujo a corregir sino a afirmar las bases del “crecimiento hacia afuera”. El saladero nos ató todavía más al mercado internacional porque convirtió en valor de intercambio lo que antes se desechaba. Nuestra relación con el exterior se volvió más perfecta y compleja a raíz de la mayor industrialización del vacuno criollo.

Entendemos por crecimiento hacia afuera el concepto que describe la tendencia a la exportación de todas las fuerzas productivas de un país periférico; es la consecuencia del ingreso del sistema económico capitalista en zonas que no han alcanzado ese estadio de desarrollo y la vinculación de esas zonas por el comercio, con la economía mundial, de la que dependerán cada vez más a medida que su estructura económica se modifique paulatinamente con el único objetivo de la exportación. Como observaremos, este concepto en puridad de términos y así definido no se aplicó al Uruguay; sin embargo, es lícito adoptarlo como se hace con todo modelo interpretativo.

Partiendo de esta hipótesis de trabajo, podemos distinguir dos situaciones diferentes para nuestro país, según fuera mayor o menor su vinculación a los centros industriales europeos. En el siglo XX, el Uruguay del frigorífico ya ha modificado en parte su estructura económica para así satisfacer los pedidos ingleses de carne. En este caso, el país “marginal” depende con su estructura económica y su producción de los países “centrales” y ello lo vuelve muy sensible a las oscilaciones de precios en el mercado internacional y a las crisis. Pero en el siglo XIX, el Uruguay del saladero todavía no ha modificado su estructura económica tradicional y son los productos de ésta los que aceptan los países desarrollados. Por tanto, el país “marginal” es menos dependiente de los países “centrales” y las crisis y oscilaciones de precios lo afectarán en una escala más reducida ya que su estructura económica no está comprometida: ella es anterior a las exigencias del mercado mundial y solo ha habido un acomodamiento entre ella y éste, no una modificación.

Dentro de este razonamiento se puede ubicar mejor el papel del saladero. Al industrializar casi todo el vacuno criollo nos ligó más al mercado, pero al no provocar ni exigir una modificación correlativa de estructuras, las dejó relativamente indemnes. Ello hizo que las crisis del mercado mundial no pudieran afectarnos con la gravedad que lo harían en el siglo siguiente. En otro aspecto, el saladero diversificó nuestra producción exportable. En ese sentido, la dependencia que por un lado hacía mayor -aumentando los rubros con los que teníamos que contar: tasajo, gorduras, cueros salados-, por otro volvíase más soportable. La multiplicación de los productos derivados del bovino aumentó el número de los países compradores, reforzando así nuestra no dependencia de un solo mercado. Los cueros secos iban a Estados Unidos y Francia; los cueros salados y las gorduras a Inglaterra y Francia; el tasajo a Brasil y Cuba. No depender de un solo rubro de exportación, ni de un solo mercado comprador, era una situación de privilegio dentro del panorama latinoamericano de monocultivo.

Sin embargo, esta afirmación debe ser tomada con cautela para que no conduzca a conclusiones erróneas. El saladero -o su principal producto, el tasajo- no nos independizó económicamente del mercado internacional dominado por las naciones industrializadas. Y ello por la sencilla razón de que el tasajo, aunque gravitaba en nuestra exportación, no había desplazado al cuero de su sitial de predominio. Como se apreció en la década de 1860-70, la misma realidad que le dio vitalidad al tasajo -la abundancia del ganado vacuno- no alcanzó para expandir indefinidamente su producción. Esta tenía un límite natural determinado por la capacidad de absorción de los mercados compradores y ese límite fue alcanzado mucho antes de que el saladero pudiera disponer de la totalidad del ganado criollo existente en el país.

¿Por qué el precio del quintal de tasajo descendió a su tercera parte en apenas cinco años (1857 a 1862)? Porque sus mercados tenían un rasgo muy peculiar: la condición jurídica de los consumidores (casi todos esclavos) y su condición social (inmensa masa de negros pobres). Con 73 millones de kilos producidos el mercado del tasajo tocaba su límite, no porque se satisficiera la necesidad alimenticia del negro, que vivía en permanente estado de infra consumo, sino porque el rubro alimentación en el cafetal brasileño o el ingenio azucarero cubano tenía límites que el propietario no quería sobrepasar so pena de hacer un mal negocio. El descenso en el precio del tasajo significaba una disminución en el costo del mantenimiento de la mano de obra, y a la vez un acrecentamiento de la ganancia del propietario de esclavos. Esa contradicción y la limitación del consumo a solo dos naciones frenaron el aumento de la producción tasajera.

En el caso del negro libre, que también era un importante consumidor, el límite al consumo lo imponía su pobreza. En ambos casos el resultado era el mismo. Aunque la capacidad teórica del consumo no estuviera colmada, los mercados compradores no aumentaban sus adquisiciones de tasajo. Allí estaba el escollo insuperable que encontraban los saladeristas (y detrás de ellos, los estancieros) para aumentar su producción indefinidamente, tal como la abundancia de la materia prima disponible les hizo creer en un principio.

La abundancia de ganado criollo en Uruguay, Río Grande del Sur y el litoral argentino, habría de provocar una fuerte crisis interna en 1862 y otra similar en 1885, que la época denominó de «plétora» de ganados y que muy bien podemos llamar de superproducción: sobraba ganado que no podía ser industrializado en los saladeros pues ello hubiera provocado un excedente brutal de tasajo con la correspondiente caída vertical de un precio ya disminuido.

Entonces ¿qué hizo el ganadero que no podía vender sus vacunos al saladerista, o no quería vendérselos a un precio tan bajo como el del cuero? Pues volver a la “edad del cuero”: matar al animal para extraer solo su piel, de segura colocación y amplia demanda, y desperdiciar la carne y demás subproductos. Con ello se salvó económicamente el ganadero, pero quedó demostrado que el país no había modificado su estructura y que la explotación primitiva de la época colonial no se había superado.

Ello no dejó de tener obvias repercusiones sociales y políticas. Hasta 1870, nuestros estancieros reclamaban la paz interna solo cuando las guerras civiles estaban a punto de arruinarlos por entero arrebatándoles hasta la última res. Restablecido el orden, y luego de algunos años, el stock vacuno resultaba excesivo dada la demanda rígida de los mercados tasajeros. El precio de los novillos descendía hasta confundirse con el del cuero y las naturales prevenciones de los hacendados hacia las contiendas entre blancos y colorados, disminuían. El país del cuero y del tasajo era incompatible con el del orden. Solo un profundo cambio en la estructura de la producción podría modificar este hecho”.

 

¿Cuál era la situación de privilegio que tenía Uruguay desde el punto de vista económico respecto a otros países de América latina en el contexto de su inserción al mercado mundial?

¿Cuáles son las principales características de las que los autores denominan edad del cuero y del tasajo?

¿Cuál fue la importancia del saladero como empresa?

Señale cuales son los principales productos exportables y cuáles son los mercados a los que se exportan.

¿Por qué tiene un límite la producción y el precio del tasajo?

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